Luis Pérez / Revista Rumbos
No se escucha el minúsculo sonido del violín ni mucho menos el de los cascabeles. Tampoco hay trajes blancos con ornamentos brillantes ni azucenas multicolores. Los danzantes de los hatajos de negritos y de pallitas descansan por estos días. Ellos guardan sus rítmicos zapateos para diciembre, para la Navidad.
Eso es lo que cuentan, pero no es lo único que cuentan. También aseguran que esa bella señora de larga cabellera ensortijada, de rostro angelical y chaposo que lo ve todo desde allá, desde esa esquina de El Carmen (Chincha, Ica), apareció entre cañaverales y algodonales, localizados en las orillas de una desaparecida laguna.
Y ellos lo saben porque así se lo contaron sus abuelos, quienes afirmaban, además, que sobre esa laguna está la actual Plaza de Armas, e, incluso, el templo erigido en el lugar que la bella señora eligió para que sus devotos hagan una interminable hilera y puedan llegar a sus pies para rendirle homenaje, dedicarle rezos y escuchar los milagros que le solicitan.
Es así que, desde ahí, ella observa a los hijos y nietos del recordado Amador Ballumbrosio, quienes entran en júbilo al momento de bailar y cantar, mientras el estallido telúrico del cajón y el bongó hacen de las suyas. Todo eso ocurre después de celebrar la misa afro en su honor.
Es así que, desde ahí, ella recibe los rezos de María Herrera que es integrante de la cofradía de mujeres cargadoras de su hermandad y ha llegado para agradecerle la gracia que le concedió a su hijo. La retribución es ofrendar un arreglo floral que embellecerá aún más el anda.
Es así que, desde ahí, ella escucha de cerca las palabras de Luisa Rebatta. Una mujer de piel capulí y acongojada voz que le suplica por algún milagrito, mientras las lágrimas se deslizan por los marcados surcos de su rostro. Se despide. Camina. Su destino es el puestecito del señor que ofrece apetecibles anticuchos y picarones.
Es asi que, desde ahí, la Virgen del Carmen, la patrona del pueblo, la bella señora, ve y escucha todo lo que ocurre el 15, 16 y 17 de julio, cuando es agasajada por sus devotos, los mismos que la despedirán entre huaynos y marineras el 27 de diciembre, fecha en que los hatajos de negritos y de pallitas danzarán hasta más no poder.
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