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    sábado, 4 de octubre de 2014

    Relatos Salvajes sobre las elecciones de mañana


    Creditos:  Bruno Ascenzo
    https://www.facebook.com/BrunoAscenzoOficial/

    Esto es lo que pienso de las elecciones de pasado mañana. Y esto es lo que, creo, podríamos hacer. Hoy estamos jodidos. Mañana pueda que no. Date dos minutos para leerlo y ayúdame a compartirlo.

    RELATOS SALVAJES.

    Llegará un día en el que recordemos que allá por el 2014, los peruanos nos encontrábamos en medio de una insultante campaña electoral, en la que nuestra principal discusión se centraba en decidir cuál de los candidatos a gobernar nuestra ciudad robaba menos.

    Los políticos de aquella época de mezquindad provenían de las canteras del narcotráfico, robaban cable, mataban perros y comían desde pollos hasta oro. ¡Imagínate! Dormían en donde debían trabajar, se cubrían los bolsillos los unos a otros, y dejaban –sin culpa alguna- que la gente se mate en las calles.

    Va a llegar el día, porque como dice Francois Valleys, siempre llega el día en los cuentos, en el que tendremos que contar que la mitad del país era indiferente a la delincuencia. Que nos quejábamos todos los días de la inseguridad, que maldecíamos cada hora del día por el tráfico y que no pasaba minuto sin que la madre de algún neo político fuera invocada en cualquier sobremesa de nuestro boom gastronómico.

    Y vamos a tener que decir también, como corresponde, -y para no faltar a la verdad-, que todo eso fue culpa nuestra. Que fuimos nosotros los que los elegimos. Vamos a tener que bajar la cabeza y aceptar que con nuestra venia y reverencia dejamos que la clase delincuencial se apodere de la política, de nuestras decisiones, que nos sometíamos a lo que dictara el más pendejo y que con todo gusto señor, señora, señorita, agárreme de cholito, blanquito pituco o negro huevón. Pase nomás, sin compromiso.

    Cuéntale a tu pata que fuiste uno de los que votó por el que mejor cantó porque su jingle rimaba piolaza. Dile a tu mamá que marcaste el logo del que argumentaba que jamás sobornó, que sólo colaboró. Cuéntale a tu hermano menor que tú mismito, con esas orejas que Papalindo te dio, escuchaste juramentar ante un país entero ‘Por Dios y por la plata’. Y adviértele a tu hija que esos que ve en saco y corbata peleándose al costado de las vedettes por intereses personales y no por el bien común, son los elegidos. Dile que a ellos la plata les llega sola, pero que no se entusiasme, que ella va a tener que romperse la columna trabajando porque no todos se cruzan en esta vida con esos caminos solitarios del dinero en búsqueda de dueño.

    Recordaremos que hubo un momento en el que estuvimos tan mal, que ocupamos el último lugar entre los 65 países que participaron en el Programa para la Evaluación Internacional de Estudiantes (PISA). El último en Matemáticas. El último en Ciencias y el último en comprensión lectora. Esa comprensión que nos impidió entender una simple oración de cuatro palabras: ‘Roba pero hace obras’.

    Digamos, con la cabeza en alto, si es que el estómago nos lo permite, que vivíamos en un momento en el que esa frase era una ironía utópica. Una ironía criollaza para sacarle la vuelta a la desgracia. Un chiste. Y digamos también que fuimos testigos de excepción del momento en el que el chistecito de marras se concretó. Que presenciamos el preciso segundo en el que la verdad asolapada detrás de cada broma se pasó al bando de la realidad. Y te invitó a que la toques. Acordémonos siempre de esa encuesta que nos lo enrostró en la cara para que se nos caiga de vergüenza. 49%.

    Es momento de decirlo en voz alta si no queremos que esa cara caída se convierta en una cara dura. Es nuestra culpa. Mi culpa. Tu culpa. Nuestro voto puede ser aliado o cómplice. No podemos estar peor. No se puede caer más bajo. Desde donde estamos sólo queda ir para arriba y para eso hay que empezar desde abajo.

    Hace unas semanas conocí a la gente de Enseña Perú y me explicaron que hace 5 años vienen trabajando independientemente por mejorar la calidad de la educación en diferentes zonas del Perú. Sabemos, con tristeza y espero que con terror, que nuestro país lleva décadas de atraso en materia de educación, pero las ganas de estos soñadores de revertir las estadísticas y su visión optimista del futuro terminaron contagiándome. Me enteré de otras agrupaciones que poco a poco iban apareciendo ante mis ojos y que, por propia y buena voluntad, están trabajando en mejorar la enseñanza en nuestro país: Peru Champs, Crea+, Flikn, Laboratoria.

    Me contaron, por ejemplo, que si su objetivo se llega a cumplir y más gente se une al movimiento, 8 de cada 10 niños peruanos recibirán una educación de excelencia en el 2032. ¿Te imaginas? ¡8 de cada 10! Ellos confían en que esto se puede lograr con la ayuda de todos los peruanos y desde diferentes frentes.

    Ya no toca anteponer el pero para preguntarse, ¿qué puedo hacer yo? pregúntate nomás, de frente. Dejemos el pero para los que se quejan de todo porque siempre van a tener algo de qué renegar. No nos fichemos en ese club. Esa no es una buena herencia. Algo puedes hacer. Yo puedo hacer esto y si lo estás leyendo, de algo va a servir. Y si no te gusta, escribe uno mejor. Suma. No tenemos que ser presidentes para empezar a cambiar nuestro entorno. ¿Qué puedes hacer tú?

    Juan José Campanella escribió en Twitter hace poco lo siguiente: ‘Cuanto menos exigente la escuela, más burro el alumno. Cuanto más burro, más dócil. Cuanto más dócil, más fácil de dominar. Ese es el plan.’

    ¿Les propongo algo? Hay que cagarles el plan.

    Si has producido bilis leyendo esto es porque también guardas la esperanza de que llegue ese día en el que contemos en pasado lo que estamos atravesando hoy día. En el que por fin vivamos en una sociedad con igualdad de oportunidades y, por sobre todas las cosas, justicia, en el sentido pleno de la palabra. Para todos. Faltan 18 años para el 2032. Suena bastante pero, de verdad, no es tanto. Tus ojos lo van a ver. Podrías vivir en un país mejor. Que se merece líderes admirables y que justamente por eso, los tiene. Apliquemos dos de nuestras frases favoritas, a nosotros mismos, mirándonos al espejo: ¡Sí se puede! Desahuévate, carajo.
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